Ho scritto questa storia per il concorso #COP25 Historias sobre el cambio climático di Zenda. Volevo ricordare un giorno molto speciale sui Pirenei di quando avevo 14 anni. Spero vi piaccia.
He escrito esta historia para el concurso#COP25 Historias sobre el cambio climático de Zenda. Quería recordar un día muy especial en los Pirineos de cuando tenía 14 años. Espero que os guste.

En agosto de 1991 yo tenía 14 años y el pico de Aneto y su glaciar más de 250 millones.
Yo, mi mejor amigo y unos 70 jovenzuelos más, salimos a las 4 de la mañana para alcanzar los 3404 metros de la cima más alta del Pirineo. Hacia las 10 de la mañana esos 70 adolescentes y 4 adultos inconscientes llegamos al borde de un campo blanco, helado, a más de 3000 metros de altura que hacia arriba terminaba en punta y hacia abajo en lo desconocido.
Al pisar la superficie del glaciar di gracias a mi madre por las botas nuevas que me acababa de comprar para esa primera excursión de altura. Mi mejor amigo, sin embargo, empezó a odiar al novio de su hermana que le había prestado sus botas de la mili. Después de 10 metros yo seguía mirando la pared casi cristalina que no dejaba de subir. Víctor bajaba su mirada hacia el infinito.
Mis botas empezaban a entumecerse cuando de repente comencé a alucinar. Mis pesados pies estaban patinando por una superficie helada y cristalina, excavada por un riachuelo de agua azul gaseosa. Solo el grito de ayuda de Víctor me devolvió el cansancio y el sudor en la piel ya casi chamuscada. Mi mejor amigo estaba desapareciendo de mi vista, arrastrado por sus botas desgastadas hacia el precipicio blanco. Dos metros más aún hasta que las arrugas del viejo glaciar lo atraparon.
Usando mi trasero como trineo me deslicé hasta donde Víctor ansiaba. Compartir nuestro rápido y cálido aliento en las mejillas nos juntó de nuevo y una cuerda, caída del cielo más divino que nunca jamás hubiera visto, nos elevó hasta poner pie seguro en las huellas profundas y nevosas de nuestros compañeros.
De nuevo en marcha, en superficie cada vez más empinada. Mi jersey mojado me tiraba para atrás a cada paso que yo y Víctor dábamos hacia adelante. Una media hora de tira y afloja sobre nieve cada vez más arrugada nos colocó ante una pared blanca llena de manchas negras puntiagudas con destellos pétreos. <<Cuidado donde pisáis criaturas>> <<Os advierto, otros muchos osaron superarme en vano intento>> parecía decir el gigantesco glaciar con su voz vetusta y profunda.
Tragando miedo, cuerda en mano y pies en cada pedrisco saliente, nos empujaban por el denso aire hacia la antesala del final de nuestro sufrimiento. Solo había que pasar unos 3 metros del famoso paso de Mahoma. Mirando hacia adelante esos 3 metros parecían poca cosa, hacia arriba celestiales, hacia abajo muerte segura de metros, y más metros, centenares de metros de caída, tú solo, con viento cortante de cuchillo en los oídos y golpe seguro, sordo y duro.
Mi mano derecha agarró la única cuerda que me protegía a casi 3400 metros de altura, mi pie derecho desplazaba piedrecillas hacia el abismo, el izquierdo trataba de seguir al derecho por un zigzag pétreo resbaladizo que todavía no acababa. Miré espantado al descerebrado que colgaba del muro y me sostenía la cuerda. Volví a mirar hacia el barranco infinito. Mis pies seguían caminando, acercándose y alejándose del precipicio ante mí. Por fin en el borde, salté.
Mis pies se anclaron en el suelo a pesar del temblor de las piernas. Aire, aire, aire diferente, fresco y vivo me rodeaba, mi piel se enfriaba, mis ojos enfocaban sin ver. 3404 metros de altura, 10 grados de temperatura externa, 39 grados de fiebre, corazón en la gola. Pero el miedo se me acababa de esfumar arrastrado por el viento helado sobre la cima del enorme glaciar.
¿Por qué me movía sin querer? ¿Por qué algo me arrastraba hacia el precipicio? ¿Por qué el jersey me tiraba del hombro derecho? <<¡Víctor!>>, <<¡cabrón¡>>, <<me cagüen todos tus…>> y sonreía el muy cabrón.
El viento casi había desaparecido, el sol me quemaba, la piedra bajo el trasero me hizo dar un respingo, pero ¡qué vista, cabrón!
El próximo agosto Víctor y yo tendremos 43 años y volveremos al pico de Aneto para recordar que aquel majestuoso y primitivo glaciar de nuestros 14 años, ya no existe.