Ti racconto la mia storia a Vicenza con un tweet / Te cuento mi historia en Vicenza con un tuit.

A pesar del panettone las Navidades las pasé en España.

Había vivido en Vicenza desde mayo. Ocho meses con todos sus días.

Había hecho cuatro horas al día de curso de italiano, durante mi primer mes.

Había compartido piso con un italiano por casi ocho meses.

Había hecho unos tres meses de campamentos de verano, cada mañana, de lunes a viernes, con niños que me hablaban solo en italiano.

Llevaba unos cinco meses de lunes a viernes y por diez horas al día en contacto con personas con quienes me había comunicado exclusivamente en italiano.

Había visto la tele en italiano por numerosas horas que hacían días enteros.

Había leído varios libros en italiano que había sacado de la fabulosa Biblioteca Bertoliana, donde además había descubierto el passato remoto y el congiuntivo, tiempos verbales que jamás había oído en Vicenza y que con alegría había empezado a utilizar para sorpresa de mis vecinos vicentinos.

Había estado en conciertos de grupos italianos en varios lugares y había escuchado muchísima música italiana, desde el trío sagrado: Guccini, Battisti, De Gregori, hasta Vasco Rossi, que me habían asegurado eran los mejores, aunque la verdad ninguno me había tocado la cuerda musical. Por entonces, prefería a Carmen Consoli o los Negrita, a quienes había visto en concierto en la mismísima Povolaro di Dueville, cerca de Vicenza.

También llevaba meses escribiendo correos electrónicos, mensajes de móvil, informes, documentos, etc., con mis errores y todo, pero en italiano.

Y ahora estaba en España.

Mis primeras conversaciones fueron en mi dialecto, con mi madre y mi hermana. A pesar del tiempo y la distancia, estaban contentas de volverme a ver. Justo después y tras meses de inactividad hablé con mi padre, esta vez, en español. Mi hermana me miraba con una risita en los labios.

Esa misma tarde quedé con mis amigos. Con unos había hablado en fragatino, mi dialecto, con otros en castellano. Cuando saltaba al español, me miraban con cara casi de disgusto si no de extrañeza. Hasta que uno de ellos me preguntó: ¿Por qué hablas así?; <<¿Así, cómo?>> le respondí; <<Raro>> me dijo. Y yo pensé: <<¡Zio Billy!>>

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