Ti racconto la mia storia a Vicenza con un tweet / Te cuento mi historia en Vicenza con un tuit.
Mi primer hogar vicentino todo mío
Primero había vivido con un español y un italiano por unos seis meses. Después llegó otro español—murciano para más señas—con el que viví otros seis meses en el mismo apartamento. Posteriormente me mudé a otro sitio donde compartí piso con un albanés, un griego y un polaco por otros meses. Luego encontré otro lugar que también compartí también con un italiano, de Nápoles para más señas y funcionario del ayuntamiento para más inri. Con él pasé otros meses más de tranquila y reposada estancia en un soleado apartamento con terraza e incluso jardín. Mi primer jardín vicentino.
Al cabo de unos meses, el napolitano decidió mudarse y a mí no me quedó otra que buscarme otra casa. No me costó mucho encontrarla. No recuerdo dónde encontré el anuncio. Debió de ser en la oficina de juventud del ayuntamiento que por entonces frecuentaba. Ofrecían una habitación en un apartamento que debía compartir con una pareja. El precio estaba realmente bien y la zona me quedaba bastante cómoda. El día que fui a ver el apartamento me recibió una mujer con el velo en la cabeza. Rondaba los cuarenta me pareció. Hablaba bastante bien italiano, pero con un evidente acento extranjero. Me pareció marroquí, no solo por su indumentaria, sino también por su deje que tantas veces había oído en mi lugar natal.
Ella misma me lo confirmó mientras me mostraba mi pequeña nueva habitación en el piso que iba a compartir con su marido y ella misma. La experiencia duró, apenas dos meses, en cuanto pude busqué un lugar con un poco más de espacio para mí.
Tras años de convivencia con otras personas en España, Vicenza primero, Polonia luego y Vicenza otra vez, finalmente encontré mi pequeño hogar, solo para mí y nadie más que yo.
Era un miniapartamento en el casco antiguo de la ciudad. Concretamente justo delante del ábside de la catedral y al ladito del campanario que empecé a adorar y odiar a partes iguales según la hora del día en la que tocaban sus campanas.
Estaba en la cuarta planta de un edificio estrecho con escaleras y sin ascensor. Abría la puerta y justito al lado estaba el cuarto de baño solo para mí. Dos metros más allá estaba la cocina con todo lo necesario. Esta, además, era salón comedor y dormitorio. Todo uno y todo mío. En la pared de fondo había dos pequeñas ventanas que daban a la calle y al susodicho duomo.
Lo más increíble para mí en aquel momento estaba encima de mi pequeño hogar: la buhardilla. Tenía una bajo el techo, donde si quería, podía incluso montar un pequeño dormitorio, todito para mí. Y la sorpresa no quedaba ahí. Desde la buhardilla tenía acceso a la terraza del edificio: podía estar yo solito en la cima del casco antiguo de Vicenza, como un verdadero vicentino de toda la vida…
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