Ti racconto la mia storia a Vicenza con un tweet / Te cuento mi historia en Vicenza con un tuit.
Una fiesta española en Vicenza
La primera fiesta española que organicé en Vicenza fue para inaugurar mi primera casa. Acababa de empezar a vivir todo solito en un pequeño uniapartamento en pleno casco antiguo justo detrás de la catedral.
Por fin tenía una casita toda para mí y no podía no celebrarlo a lo grande. Así que me puse manos a la obra. Experiencia no me faltaba. Estarás de acuerdo querido lector que los españoles nos entendemos de fiesta, es decir, juerga, marcha, jaleo, diversión, regocijo, jolgorio, jarana. Sí, todo es fiesta.
Tenía previsto poner música, española, claro está; preparar comida, por supuesto, a la española y bebida, sin duda, al uso de España.
Esto implicaba un radiocasete viejo y usado pero con disquetera para algunos de los discos compactos que había traído desde mi tierra madre; cocinar varios platos que para mí eran indispensables en cualquier fiesta que lo fuera: pan con tomate, jamón, tortilla de patatas y tapas: olivas, berberechos, anchoas y patatas bravas con alioli. Las bravas no podían faltar.
La fiesta era para las nueve de la tarde. Naturalmente había propuesto empezar a las diez que para mí era incluso pronto. Pero ante la expresión de incredulidad de algunos de mis invitados vicentinos no me quedó más opción que adelantar a las nueve.
Desde las nueve de la mañana me había puesto a limpiar el piso: el baño primero – en una fiesta española te salva de mil apuros – tenía que estar listo, el salón después – espacio mágico durante veladas hispanas – debía permitir el movimiento.
Por suerte, mi baño de cuatro metros cuadrados y mi salón de ocho quedaron limpios y listos en un plis plas. La tarea más ardua fue la comida: pelar, cortar, lavar, freír, untar, disponer patatas, pan, cebolla, tomates, huevos, ajo, aceite y cualquier otro ingrediente, me llevó todo el día.
¿Y para beber? Sangría, estarás pensando querido lector. Pues, sí no me quedó más remedio. La insistencia vicentina me obligó a preparar la sangría. Si hubiera estado en España ni se me habría pasado por la cabeza. Cerveza, seguramente, habría puesto sobre la mesa.
Casi, casi, no me quedó tiempo ni para adecentarme. En un santiamén me duché, afeité, me peiné – sí, entoces todavía lo hacía – el pelo y me vestí con mis mejores trapos.
Unos minutos antes de las campanadas de las nueve sonó el timbre. Los vicentinos hacían acto de presencia puntuales e inmaculados como la virgen de Monte Berico. Estaban todos, siete eran y me traían una botella de prosecco doc. A duras penas cabían en mi salón de ochos metros. Pero, para una fiesta española que se precie, eran cuatro gatos.
De hecho, aún faltaba alguien más. Unos diez minutos más tarde volvieron a tocar el timbre. Los vicentinos se sorprendieron, pensando que ya estábamos todos. No les había dicho que así no era. Había invitado a otras dos chicas que acababa de conocer. En realidad, había conocido a una de ellas. Era estadounidense pero hablaba español perfectamente. Nos habíamos conocido en un curso de francés. Vivía en Vicenza porque se había casado con un vicentino doc de toda la vida. Y me había dicho que tenía una hermana…
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