Uno spagnolo a Vicenza/ Un español en Vicenza

Ti racconto la mia storia a Vicenza con un tweet / Te cuento mi historia en Vicenza con un tuit.

Un español en Vicenza

¡Vale!, lo confieso, aunque llevaba ya años viviendo en Vicenza seguía siendo muy español.

Cada día me levantaba tarde, sobre las nueve de la mañana, como para la gran mayoría de españoles, mi jornada laboral en Vicenza también empezaba hacia las diez.

Llegaba al trabajo más bien después de esa hora y con más obligación que ganas aparentaba empezar a trabajar. Ahora, a eso de las once, con otro colega igual de reacio a la actividad laboral, nos plantábamos en el bar debajo de la oficina.

El señor Manolo (en realidad se llamaba Gianni, pero querido lectora, ¡ésta es una historia española!), nos daba los buenos días con el entusiasmo diario de quien sabía que, a las once en punto, sin prisa, pero sin falta, nos vería entrar por la puerta.

No hacía falta, como cada mañana, que le pidiéramos nada al señor Manolo. Casi no nos daba tiempo de sentarnos en los taburetes y apoyar nuestros cansados brazos en la barra que nos ponía delante sendos platos con bocadillo de tortilla para mí y de calamares para mi compadre, dos platitos de olivas para acompañar y un buen cortadito por cabeza no podían faltar.

Así mordisco a mordisco irremediablemente se nos pasaban tres cuartos de hora. Era mejor que volviéramos para el curro, por si las moscas.

El final de la mañana antes del almuerzo se me hacía muy cuesta arriba. Llegar hasta las dos de la tarde era empresa ardua, como para buen español que se precie.

Los frecuentes vistazos al reloj marcaban esa interminable espera para comer. Pero como todo en la vida, también esa ansiada hora acababa llegando: podía volver a casa donde, como español de toda la vida, me esperaba la diaria y riquísima paella de marisco sobre la mesa. No iba a faltar tampoco la correspondiente jarra de sangría. Y sin duda, la siesta posmeridiana. Si no, ¡qué vida es esta!

Nota bene: hoy sí que he comido paella y para muestra un botón...