Un cuento para ti de tu profe de español

Un racconto per te dal tuo prof. di spagnolo

Amadísima Lucina:

Os escribo de nuevo, y no puedo no hacerlo.

Aquí me encontraríais siempre, en estos míos aposentos, solo, ¡qué digo! ¡Peor! Abandonado. ¿Guardáis para mí alguna esperanza?

Perdonadme, mi Lucina… perdonadme estos alaridos enfermizos, estos febriles lamentos de un hombre que solo espera la… ni me atrevo a escribirlo.

Si pudierais verme, aquí encerrado en mi cuerpo, aquí postrado sobre esta mesa de esta lúgubre estancia cuyo umbral ya no soy capaz de atravesar… ¡me avergüenzo, por dios! Yo que capitán de caballería fui. Yo que laureado en las más ilustres batallas hice vencedora y grande a nuestra gloriosa República.

¡Oh, mísera suerte la mía! ¡Oh, maldito tudesco que acabasteis con mi espíritu!

¡Ay de mí que ni siquiera vos me dais esperanza! ¡Ay, si siguierais a mi lado!

Ya solo me queda aquel instante, en vuestras tierras friulanas, en el que mis ojos se posaron en vos, en aquella ya lejana pero aún dulce noche de carnaval.

Ah…, dulce noche aquella, en la que vuestras pupilas, vuestros ojos, vuestras furtivas miradas me arrastraron hacia vos en mi total abandono. Vuestra luminosa sonrisa, vuestra boca susurrante, vuestra voz embriagadora. ¡Ah, ellas y vos!

¡Ay, vuestras adorables y suaves manos! ¡Ay, vuestro cuerpo magnético! ¡Ay, vuestro perfume hechicero!… ¡Me atrapasteis y yo dejé de ser mío!

Poco importan ya las atroces consecuencias de aquel inmortal momento. Poco es cuando mi vida se esfuma sin vuestra presencia, mi alma se resquebraja sin vuestra remembranza.

¿Que me quedara amor? Al menos resquicios de luz me daríais, a este cuerpo, a esta alma.

¿Qué será de mí sin vos? Porque aquí y ahora no tengo más otro que dolor, crepúsculo y tinta.

Y es con esta última con la que me dirijo, en fin, a vos.

A la señora Lucina Savorgnana:

Como hace días os dije, quería escribir una conmovedora novela, que había oído que en Verona ocurrió. Me ha parecido adecuado en pocas líneas contárosla, para que mis palabras a oídas vuestras no parezcan vanas y porque yo, mísero como soy, siento la obligación de narrar casos de míseros amantes, de los cuales ésta está llena, y así enviárosla, para que podáis, leyéndola, ver claramente el peligro que los infelices amantes corren por culpa del amor a caer en crudelísimas y míseras muertes, por acciones precipitadas…

La encontraréis junto con esta carta que fervientemente espero llegue por lo menos hasta vuestras amables manos.

Vuestro Luigi

Así, con estas palabras, he imaginado una de las cartas que Luigi da Porto escribió desde su villa de Montorso Vicentino a su querida Lucina en los últimos años de su vida. Junto a esas cartas Luigi le mandó la novela que había redactado y que después de su muerte se publicaría con el título: Historia novelada de dos nobles amantes, con su piadosa muerte acaecida en la ciudad de Verona durante la época del señor Bartolomeo dalla Scala.

En suma, Luigi decide escribir la leyenda de dos tristes amantes de Verona que un soldado de la misma ciudad le había contado. De esta forma la historia de Romeo y Julieta comienza su interminable andadura por el mundo y los siglos; gracias a un hombre inválido y sin esperanza que en sus últimos destellos de vida se agarra al amor de leyenda. Quizás su proprio amor; me sigo preguntando.

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