Ti racconto la mia storia a Vicenza con un tweet / Te cuento mi historia en Vicenza con un tuit.

¡Agua va!

Hoy un Spagnolo a Vicenza recuerda una historia de hace casi once años. Concretamente era el uno de noviembre de 2010.

Unos días antes había pasado unos días en los Alpes antes del Día de Todos los Santos.

Justo ese día tenía que volver a Vicenza. Los días anteriores los cielos alpinos habían estado perennemente grises y había llovido sin parar. Además ya había nieve en las cumbres. Y mis excursiones montañeras habían sido frías, mojadas y llenas de barro.

Así que bajo la protección de todos los santos empredimos carretera de vuelta hacia Vicenza desde lo alto de los Alpes. Fue un viaje difícil de olvidar.

Estaba claro que iba a seguir lloviendo sin pausa y que nos íbamos a encontrar con aguas por doquier. Pero ni todos los santos habían visto algo igual.

Bajamos desde lo alto de la montaña en la que nos habíamos alojado por esos días. Durante todo el trayecto o más bien descenso nos acompañaron cuesta abajo riachuelos de agua inquietantes que primero convirtieron el camino en un tapiz fangoso y luego hicieron que los primeros trozos de asfalto parecieran vidrio acuoso.

Una vez en la llanura debíamos tomar la única carretera que abandonaba el valle y descendía hacia el llano. Paralela a la misma corre un río que otras veces con sus aguas cristalinas apenas superaba las pequeñas piedras del fondo.

Esta vez había desaparecido.

En su lugar cabalgaba, escasamente contenido en sus márgenes, un monstruo de agua marrón oscura o más bien de fango licuado que saltaba descarriado como esos potros salvajes imposibles de domar. En su alocado descenso arrastraba ramas, troncos, medios árboles y una informe masa lodosa que crepitaba sin cesar.

Ese caballo apocalíptico nos acompañó con miradas amenazadoras en cada curva hasta que su cauce empezó a ensancharse y poco a poco fue perdiendo su aspecto infernal y espantoso.

Estaba claro que más abajo no nos esperaba nada halagüeño.

Sin embargo, el ruido ensordecedor y preocupante había desaparecido.

Lo intrigante era la enorme masa de agua del mismo color de su terrible progenitor que mansamente manchaba la llanura véneta y que en esas horas había cubierto, en buena parte, la ciudad de Vicenza.

Hasta que no llegué a casa no comprendí que había escapado, por los pelos, de las temibles inundaciones vicentinas.

Aprendí que en Vicenza, el agua, ¡agua va!

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